
Hablar de Avatar: Fuego y Cenizas obliga, una vez más, a referirse a la experiencia cinematográfica antes que a la película entendida como simple relato. No es un capricho ni una exageración: el cine de James Cameron siempre ha estado ligado a la idea de empujar los límites tecnológicos para reforzar la narrativa visual. En ese sentido, su obsesión por el formato, la escala y la inmersión solo encuentra un paralelo claro en lo que George Lucas hizo en los años setenta y ochenta. Cameron filma para la pantalla grande, y su obra pierde sentido cuando se la reduce a un dispositivo doméstico.
Tal como ocurrió con las dos entregas anteriores, Fuego y Cenizas es una experiencia difícil de explicar sin haberla vivido en una sala de cine. La calidad de imagen, la definición y el diseño sonoro alcanzan su punto más alto en formato IMAX, una opción no siempre accesible, pero que deja en evidencia el objetivo del director. El cine tradicional —idealmente en 3D— sigue siendo una alternativa válida, ya que la fluidez de los movimientos y la profundidad del encuadre aprovechan esa tecnología con una eficacia pocas veces vista. En pantalla chica, en cambio, lo que alguna vez fue deslumbrante se convierte apenas en una curiosidad; en el celular, derechamente, se diluye.
La película retoma la historia de Jake Sully y Neytiri en un momento de fragilidad y transformación. Según la sinopsis oficial, la nueva amenaza surge desde una facción Na’vi conocida como el Pueblo de las Cenizas, liderado por Varang, una figura marcada por el dolor, la rabia y una cosmovisión opuesta a la armonía tradicional de Pandora. El conflicto no solo vuelve a poner en riesgo a la familia Sully, sino que expande el mapa moral del universo Avatar, incorporando tensiones internas entre los propios habitantes del planeta.

Desde lo audiovisual, la tercera parte roza lo hipnótico. Cada plano parece diseñado para envolver al espectador, y la puesta en escena vuelve a confirmar que Cameron sigue jugando en una liga propia. Sin embargo, esa exquisitez visual termina por maquillar una estructura narrativa que se siente conocida. Fuego y Cenizas recicla conflictos, dinámicas y resoluciones ya vistas, al punto de que su último tercio provoca una sensación persistente de déjà vu. Los clímax se parecen, los arcos se repiten y el relato avanza por carriles excesivamente familiares, casi como si se tratara de una relectura de las dos entregas anteriores. En ese sentido, la comparación con Star Wars: El despertar de la Fuerza resulta inevitable.
Hay, de todos modos, aportes interesantes. La villana Varang, interpretada por Oona Chaplin, introduce una energía distinta al relato. Su corporalidad, su forma de expresarse y la mística que la rodea la convierten en uno de los elementos más atractivos del film. Lamentablemente, ese potencial se desdibuja hacia el final, cuando el cierre apresurado le resta peso a un personaje que prometía mayor complejidad. Ese apuro, sumado a la reiteración de fórmulas, termina siendo uno de los puntos más débiles de la película.
Aunque el desenlace queda abierto, Fuego y Cenizas también funciona como un cierre de trilogía. Es una cinta extensa —quizás más de lo necesario— pero eficaz si lo que se busca es una conclusión emocional para este ciclo. Cameron apuesta nuevamente por la grandilocuencia y por una experiencia sensorial que privilegia el impacto por sobre la sutileza. El resultado es irregular en lo narrativo, pero incuestionable en lo visual.

Más allá de sus ripios, Avatar: Fuego y Cenizas vuelve a recordarnos algo esencial: el cine, cuando se piensa y se ejecuta a este nivel, es una experiencia irrepetible fuera de la sala. No hay televisor, por grande que sea, ni dispositivo portátil capaz de reproducir lo que Cameron propone. En tiempos donde el consumo audiovisual se fragmenta y se acelera, el director —junto a figuras como Christopher Nolan— sigue defendiendo la idea del cine como un ritual colectivo y memorable. Solo por esa insistencia, el respeto es absoluto.
Ficha técnica
- Título original: Avatar: Fire and Ash
- Dirección: James Cameron
- Guion: James Cameron
- Reparto principal: Sam Worthington, Zoe Saldaña, Sigourney Weaver, Stephen Lang, Oona Chaplin
- Fotografía: Russell Carpenter
- Música: Simon Franglen
- País: Estados Unidos
- Año: 2025
- Duración: Aproximadamente 190 minutos