La Sociedad de la Nieve y la emoción artificial de J.A. Bayona

La Sociedad de la Nieve viene a confirmar la línea artística adquirida por su director, el catalán J.A. Bayona. Desde Lo Imposible, con Naomi Wats y un joven Tom Holland, viene explotando historias en que el dramatismo y las emociones humanas extremas son el centro de la narrativa. No es erróneo señalar que su trabajo trata de emular al Steven Spielberg de los 80-90, incluso en los planos y los cortes en montaje.

La película, ya disponible en Netflix, cuenta la historia real del accidente del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya. El 13 de octubre de 1972, un avión Fairchild F-227 de la Fuerza Aérea Uruguaya que transportaba a 45 pasajeros, incluidos 31 estudiantes y miembros del equipo de rugby Old Christians Club de Montevideo, se estrelló en un glaciar en la Cordillera de los Andes. El accidente mató a 29 personas, dejando a 16 sobrevivientes.

Los sobrevivientes se encontraron atrapados en uno de los entornos más hostiles del planeta, a más de 4.000 metros de altura, con temperaturas que alcanzaban los -30 grados Celsius. Sin comida ni agua, y con pocas posibilidades de ser rescatados, los sobrevivientes tuvieron que recurrir a medidas extremas para sobrevivir.

Contrario a la opinión generalizada, me atrevo a señalar que La Sociedad de la Nieve es una cinta con muchas virtudes técnicas, pero muchos pecados narrativos. Es una historia que no presenta grandes novedades respecto a “Viven”, la versión más hollywoodense de los 90 (algunos planos y tomas son calcados) y que Bayona elige que sea contada a través de una voz en off, que ya es un recurso facilista, pero lo complica al elegir al personaje en particular que la lleva a cabo.

Una película con muchos detalles históricos no es sinónimo de una buena historia. Se alaba la recreación histórica, que en efecto es muy fiel. De la misma forma, se aplaude los cameos específicos de algunos de los supervivientes. Bueno, la unión de todo aquello no transforma un film en algo sobresaliente de forma automática. Menos en algo “estremecedor”, que es el calificativo más repetido por todo youtuber que ha visto la cinta.

Existe, increíblemente, una ausencia de “conflicto” en la historia. Bayona nos entrega un relato muy plano, como si estuviera consiente de que en esta oportunidad debía “contenerse” un poco en su estilo, más cercano a la telenovela. Pero la pregunta es, si esta película no fuera sobre una tragedia que todos conocemos en casi todos sus detalles, ¿sería realmente efectiva? Lo que emociona es la historia del hecho, no como está contada.

Algunos aspectos problemáticos se encuentran en los focos narrativos. Gran parte del film se concentra en la antropofagia en el que incurrieron los sobrevivientes para poder continuar. Bayona recurre a una gramática asociada al cine de terror, con una cámara que observa el acto desde una ventanilla, mientras en el exterior se observan siluetas que se inclinan ante los cadáveres como si de zombies se tratara. Y la película elige que toda la proeza de supervivencia penda inevitablemente en el acto canibalismo. Lo que debería haber sido una crónica de hermandad y supervivencia se transforma en una historia sensacionalista.

¿Era necesario un plano de un superviviente sacando carne de una mano huesuda o desde las vísceras de un esqueleto como si se tratara de un picnic? Es un truco bajo para impactar, en mi opinión “más sincera”, como suelen decir en YouTube.

Probablemente lo más logrado en la Sociedad de la Nieve es el apartado técnico, la fotografía y la recreación de las condiciones en que se desarrollan los acontecimientos. El paisaje, con su ausencia de humanidad, impresiona.

La Sociedad de la Nieve es una película inflada que está hecha para que “nadie” pueda cuestionarla. Se esconde detrás de una historia universalmente conocida que es una oda a la supervivencia y la hermandad. Pero Bayona elige contarla desde lo morboso, además de no marcar grandes diferencias con “Viven” de Frank Marshall. Más realista, sí. Mejor contada, lo dudo.