Godzilla de Gareth Edwards (2014) destacaba por su propuesta narrativa que de forma simple y directa posicionaba el foco de atención en la visión que tenían los humanos de los gigantescos monstruos que asolaban la ciudad. Quizás la escena mejor lograda es el salto halo de los militares, que a medida que descienden van mostrando al espectador las dimensiones de la bestia. El drama humano, acotado a esa sensación de pequeñez, solamente adornaba el verdadero espectáculo que era el choque de los Kaiju. Su secuela, titulada como Godzilla: el rey de los monstruos, trata de repetir en algo la fórmula, pero con un resultado nefasto.

Dirigida y escrita por Michael Dougherty, esta nueva Godzilla destaca por un guion horrible, personajes detestables, diálogos ridículos y la manía de arruinar las pocas buenas escenas de la película. El realizador optó por dar mayor importancia al drama humano y mezclarlo con el apocalipsis desatado por los kaiju. Nos presenta un relato sobre una conspiración que pretende soltar a las bestias ancestrales para limpiar el “organismo” del planeta, esto adornado por un drama de quiebre familiar y por supuesto la disputa entre Godzilla y Ghidorha por la corona del rey alpha.

Las inconsistencias parten casi desde el minuto uno. Los personajes y sus objetivos se contraponen constantemente, lo que provoca que los giros dramáticos no tengan ninguna lógica. Se extraña y se valora aún más el ojo cinematográfico de Edwards, que tuvo el tino y el talento de retratar a los monstruos de tal manera que se sentían gigantes, temibles, imbatibles. Dougherty está muy lejos de eso y solo nos entrega planos repetitivos, mal planteados y que le quitan toda grandeza a quienes deben ser, siempre, los verdaderos protagonistas de estos filmes: los kaiju.

Increíblemente la cinta tiene un muy buen elenco, tan desperdiciado que ofende. Vera Farmiga y Kylie Chandler interpretan a Emma y Mark Russel, los padres de Madison interpretada por Millie Bobby Brown. Ellos son el núcleo del drama familiar de la película. Los dos primeros tratan de hacer lo que pueden con el horrible material de trabajo con el que contaron. En tanto Millie Bobby Brown ofrece una actuación horrible, desganada, que solo logra que su personaje sea intragable. También están en el reparto Ken Watanabe, Charles Dance y Bradley Whitford, actores de renombre y ganadores de premios, que nada pueden hacer para salvar a sus personajes estereotipados y hasta ridículos.

Lo único rescatable son la secuencias de batallas entre las bestias, con un diseño de los monstruos muy interesante. A pesar de no tener la calidad de su antecesora, dichas escenas funcionan. Pero cuando el interés aumenta, el realizador opta por insertar, sin ningún tipo de timing, el drama humano. Incluso en la secuencia final, que es arruinada absolutamente por estas decisiones creativas y algunos clichés que solo causan vergüenza ajena.

Este Monsterverse, que comenzó con Godzilla y prosiguió con Skull Island, baja el listón de calidad a una película que no se le pide mucho más que entretener y ser un gran espectáculo visual. Pero incluso con una barra tan baja, el realizador se las arregla para entregar un producto insalvable. Ahora viene el capítulo final de la saga con el enfrentamiento entre los dos reyes: Godzilla y Kong, algo que de manera burda te recuerdan constantemente, al igual que los detalles de la trama como si el público tuviera el mismo mal del protagonista de Memento y olvidara todo cada cinco minutos.

En resumen, como espectador quería ver un desastre épico en la pantalla grande. Pero terminé viendo un desastre de película. De verdad infumable. Quiero de vuelta estas dos horas y media de mi vida.